Al igual que cada persona, cada familia es un mundo.
Y cada niño o niña, también.
Es evidente que todos los niños quieren que sus padres estén juntos. Pero, llegado el desamor o la mala convivencia, debemos valorar si el ejemplo de pareja que le estamos dando a nuestros hijos e hijas es bueno.
¿Es sano que, como ocurre muchas veces, nuestros hijos e hijas normalicen los gritos, las malas palabras o la simple frialdad? ¿Es sano que perciban como “normal” una relación que es de todo menos amorosa y cordial?
Creemos que no.
Muchas veces la mejor opción es que los progenitores tomen, cada uno, su camino. Separados y felices. Separados, pero sin que los niños tengan que presenciar escenas y/o comentarios desagradables.
Por ello, es muy importante que, a la hora de separarnos o divorciarnos, optemos por buscar, no solamente soporte legal especializado, si no también, y muy importante, soporte psicológico. No sólo para que nos ayude a saber llevar la ruptura o divorcio sino también para que nos dé herramientas para saber cómo tratar a los niños con la nueva situación.
Divorciarse o separarse da vértigo. La sensación de incertidumbre, de vacío, de qué pasará con nosotros. Es muy normal, pero pasará. Pasados los meses, más si podemos llegar a un acuerdo, todo el sufrimiento quedará atrás y veremos que ha valido la pena dar el paso.
Cada ruptura, separación o divorcio es distinto. Cada caso debe valorarse como único y sólo con el soporte de un buen abogado o abogada de familia podrá verse qué es lo mejor para toda la familia. Debe intentarse mitigar la conflictividad y, llegado el desamor, tratar de alcanzar un acuerdo en que nuestros hijos sean los más beneficiados.
Y, si no es posible el acuerdo, litigar en los Tribunales es muy lícito, pero siempre poniendo en el centro a los niños. No puede utilizarse a los menores como armas arrojadizas y, a la hora de establecerse el tipo de custodia (individual o compartida), debemos valorar cómo van a estar mejor los niños.
No podemos usar a nuestros hijos para hacer daño al otro. Es evidente que debemos respetar su infancia y su felicidad. Pase lo que pase, siempre serán hijos de los dos, y eso debemos tenerlo claro.
Por ello, y para que nuestros hijos no sufran, debemos asesorarnos muy bien, tanto a nivel psicológico como jurídico con buenos profesionales. Con abogados y abogadas que empaticen con la situación, que conozcan perfectamente, no sólo la ley sino también los Tribunales y que nos asesoren primando, ante todo, la felicidad propia y la de los menores.